Marcelo Regúnaga, La Nación, 8 de diciembre de 2021
En el siglo XXI, y con mayor énfasis en los últimos años, la agenda internacional ha registrado cambios en las prioridades de las políticas y los mecanismos de gobernanza de los temas críticos a nivel global. En este nuevo escenario, de mayores desafíos para atender a la demanda mundial creciente de más y mejores alimentos, ante las restricciones en la disponibilidad y el uso de los recursos naturales, y la necesidad de mitigar los impactos negativos en el cambio climático del actual modelo de desarrollo económico, el rol geopolítico de los sistemas alimentarios ha emergido con una alta prioridad en los principales foros internacionales (Grupo de los Ocho, G-20, Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios de la Organización de las Naciones Unidas, Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático). La importancia estratégica del sector agroalimentario se ha jerarquizado en todo el mundo y los países están revisando sus políticas al respecto.
A nivel global se necesita producir más alimentos, sanos y nutritivos, con menos recursos y de una manera más amigable con el ambiente. Es un importante desafío que plantea la necesidad de revisar las estrategias productivas y prioridades de las políticas en los distintos países. Muchas regiones del mundo han deteriorado sus recursos naturales con sistemas productivos muy intensivos, que utilizan altas dosis de energías fósiles (combustibles, fertilizantes, etcétera) que tienen impactos negativos en el calentamiento global, además del agotamiento y las pérdidas de la capacidad productiva de sus recursos naturales (agua y suelo) y las pérdidas de biodiversidad.
La situación actual difiera sustancialmente entre los distintos países y regiones, por lo que las necesidades y urgencias en los procesos de transformación de los sistemas alimentarios requeridos también son distintas. Ello se ha reconocido en la reciente Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios de la Organización de las Naciones Unidas, celebrada en Nueva York, a partir de las valiosas y coordinadas contribuciones de los ministros de Agricultura de las Américas, entre las que se ha destacado la activa participación de la ministra de Agricultura de Brasil, Tereza Cristina.
Sin duda, los sistemas productivos muy intensivos de Europa y Asia deben iniciar en forma perentoria un proceso de importantes transformaciones, para evolucionar hacia sistemas más sostenibles y con menores impactos ambientales, en forma similar al proceso continuo de mejora de la producción agropecuaria iniciado en la Argentina hace tres décadas, que hoy nos permite ostentar una situación mucho mejor que dichos países.
Ante los problemas de erosión y pérdida de fertilidad de los suelos de la región pampeana registrados hasta fines de los años 80, por la utilización de sistemas de producción convencionales, con equipos de labranza similares a los que se utilizan actualmente en Europa, los productores argentinos iniciaron un proceso de transformaciones graduales desde principios de los años 90, que comenzaron con la siembra directa, promovida activamente por Aapresid (la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa) y que rápidamente se hizo extensiva a la casi totalidad de la producción de granos de la Argentina, sin diferenciación de tamaños de productores ni de su localización. La siembra directa reduce drásticamente las labranzas del suelo, lo que permite disminuir significativamente el uso de combustibles y con ello las emisiones de gases de efecto invernadero; pero al mismo tiempo, al no destruir el suelo como la labranza convencional, contribuye a reconstituir la estructura y la microbiología del suelo, por lo que permite reducir las cantidades de fertilizantes a incorporar al suelo y a lograr un uso mucho más eficiente del agua de lluvia, obteniendo en la Argentina altos rendimientos de los cultivos sin necesidad de irrigar.
El proceso de mejora continua ha ido incorporando gradualmente en los últimos 30 años un conjunto de innovaciones que permiten afirmar que la agricultura argentina es una de las más sostenibles y amigables con el ambiente de todo el planeta; lo que ha sido reconocido por expertos de organismos internacionales, por ejemplo de FAO. Estas innovaciones incluyen la utilización masiva de semillas transgénicas con resistencias a insectos y otras plagas, que permiten hacer el control biológico de plagas y con ello reducir el uso de agroquímicos, utilizar agroquímicos con bajos niveles de toxicidad (de banda verde) y avanzar hacia una agricultura más biológica y con menores impactos ambientales. El uso de rotaciones y la reciente incorporación de cultivos de cobertura mejoran también el uso del agua y del suelo. A ello se ha agregado en la última década la utilización cada vez más difundida de la agricultura de precisión, que permite un uso mucho más eficiente de las semillas, los fertilizantes y de las distintas calidades de los suelos. Se trata de un proceso de mejora continua hacia una agricultura productiva, pero más biológica y con menores impactos ambientales por unidad producida, que se suele denominar “intensificación sustentable”.
La producción de carnes en la Argentin y en el Mercosur también tiene características distintivas, que la hacen sustancialmente diferente de los sistemas intensivos europeos y de otras regiones del mundo. La producción a campo con pasturas y en algunas zonas la ganadería silvo-pastoril, ambas sin irrigación, no solo emiten menos gases de efecto invernadero por unidad producida, sino que los capturan, mejorando sustancialmente los balances de carbono. En muchos casos los balances son de carbono neutro o mejores aún, es decir que se pueden utilizar en las negociaciones internacionales para compensar las emisiones de otros sectores, tales como la energía o el transporte.
En ambos casos, el sector agropecuario argentino es una fuente de orgullo para el país, porque ha incorporado tempranamente los desafíos de transformaciones hacia sistemas sostenibles y amigables con el ambiente, que se han propuesto recién en 2021 en la Cumbre sobre Sistemas Alimentarios de la ONU; y que pueden servir de ejemplo para las transformaciones que se requieren en otros países. De hecho estas innovaciones no solo permiten exportar más alimentos sanos y con baja huella ambiental al resto del mundo, que constituyen un componente estratégico para el crecimiento de toda la economía nacional, sino que también ya están permitiendo exportar estas tecnologías y equipos de maquinaria a países de Europa y África, con alto valor agregado.
Es un grave error no tener en cuenta estas circunstancias en las negociaciones internacionales en distintos foros (G-20, COP, etcétera), utilizando métricas generadas en los países desarrollados para sistemas productivos completamente diferentes a los nuestros. La influencia cultural de dichos países y de algunas ONG sin bases científicas sobre la realidad local puede dar lugar a errores estratégicos serios para un país como la Argentina, afectando el poder geopolítico que brinda su enorme capacidad productiva con sistemas sostenibles y amigables con el ambiente. El potencial para avanzar en este proceso de liderazgo mundial en el sector alimentario es muy grande, si se implementaran en la Argentina políticas de apoyo a la producción y a la inserción internacional similares a las que aplican los países vecinos del Mercosur y en general de toda América, que les están permitiendo un muy buen posicionamiento en el contexto mundial.
Coordinador de GPS en la Argentina, Miembro Consejero del CARI